al alma de la Marthita
que de seguro anda por ahí
siempre cuidándonos
Siempre pensó que aquellas historias no eran más que leyendas urbanas: alguien había perdido un ser muy querido, una madre, un padre, un hermano, un hijo, un esposo o una esposa, un amigo del alma. Y en uno de aquellos momentos de congoja, de la nada, sin ave que lo anunciara, un leve plumón aparecía flotando en el aire como desmintiendo aquella ausencia.
Unas semanas después de la muerte de su madre y de repetirse hasta el cansancio aquello del orden de la vida y de tales, en últimas, para frenar un poco el trabajo de las glándulas lacrimales, la sorprendió de repente la tristeza infinita de saber -de comprobar - que jamás volvería a recibir un abracito de mamá... un vacío físico, unido a tantas otras preocupaciones y frustraciones de la vida cotidiana. Entonces, en la computadora del trabajo, escribió un breve poema acerca de eso. Lo imprimió, fue a recoger la impresión. Descontenta con alguna de las estrofas, la reescribió a mano y luego se levantó y comenzó a prepararse para la salida. Fue ahí cuando, al acomodarse el borde del saco, de la nada, y sin ave que lo anunciara, un pequeñísimo plumón blanco y gris apareció y comenzó a revolotear muy suavemente por el aire hasta colocarse, casi como la sonrisa de un nuevo ángel protector, a la altura de sus ojos humedecidos, felices y asombrados.